jueves, 25 de marzo de 2010

La granja Glaxo Marca registrada de la historia

Sería bueno que cada uno de nosotros se tomara el tiempo necesario para escribir historias, cortas historias del pasado de las cuales tenga conocimiento y las guarde para los tiempos, que vayan de generación en generación, historias pequeñas que dibujan grandes bocetos de la realidad.

Historias de una vida que no podemos perder (por el periodista y escritor Oscar Finucci)

Las pequeñas cosas de la gente común

Doña Aurora Felipa Domínguez nos contó que…Habiendo enviudado su madre, un día dejaron la casa de la estancia San Martín donde su padre era capataz. Doña Elena Montenegro se traslado con sus seis hijos a Quequén con la esperanza de poder afincarse con algo de dinero que el patrón le había hecho llegar para comprar una casa en el pueblo, donde Aurora y sus hermanos irían a la escuela.
Por aquellos tiempos, el estilo de vida y las costumbres presentaban pocas oportunidades para una viuda con seis hijos, y la falta de conocimiento llevó a doña Elena a confiar en un administrador de apellido Ruiz, quien en poco tiempo y vaya a saber con que excusas dejo la desafortunada familia sin casa y sin dinero. Sin recordar los pormenores, Aurora nos cuenta que su madre no dudo en instalarse en una habitación alquilada en una casa de familia (frente a la plaza de Quequén), y que allí con sus trabajos de costura intentaba al menos mantener a sus hijos.

La situación empeoro para todos cuando la salud de doña Elena se vio comprometida por la diabetes, y con mucha angustia tuvo que repartir a sus hijos para que no pasaran necesidades, mientras ella mejoraba sus problemas.
Fue así que Aurora tenía seis ó siete años, y un día un carretón con tarros lecheros paró frente a la casa, y recuerda que su madre la subió y se despidió.
Por esos días, el carro lechero era todo un acontecimiento más que importante para el pueblo, no importaba cuanto lloviese, a la misma hora y por el mismo camino, siempre aparecía

A ella le gustó el paseo, pero el recorrido no la devolvió a su casa con su madre. El caro se detuvo en un lugar lejos del pueblo y la arboleda dejaba ver una casa imponente, con corrales llenos de vacas y algunos peones que trabajaban, entonces allí se encontró con un mundo de cosas nuevas: aquella era la Granja Glaxo.

Corría por entonces el año 1926 ó 1927.

En la granja solo contrataban a hombres con experiencia; el trabajo era duro y debían cumplirse las tareas sin condicionamiento alguno. El capataz vivía con su familia, mujer y una pequeña de tres años a quien Aurora debía cuidar ya que su madre estaba abocada a la labor de cocinar para la peonada, la atención de los gallineros y de los terneros chicos, además de tantos otros trabajos que la gente de campo de esa época debía realizar.

Aurora sigue recordando y cuenta que un día llegaron a la granja personas de Buenos Aires, entre ellas, la patrona (así recuerda ella que la llamaban). Y a consideración de la jefa, todos tenían que ser personas instruidas en la granja, y tenían que saber leer y escribir. Por tal motivo, Aurora comenzó a cumplir con sus estudios en la escuela Nº 2 (actual escuela Nº 25). Todas las mañanas se levantaba temprano y subía el carretón lechero que le llevaba leche a todas las escuelas y al resto del pueblo. Durante su recorrido, las paradas eran las mismas.

Así fue que Aurora pudo asistir al establecimiento educacional durante dos años hasta que la familia del encargado debió mudarse a Necochea y, en consecuencia, ella volvió con su madre.

Un día la granja se llenó de gente (tal vez no fueron tantos, pero sus ojos de niña lo vieron así) y llegaron animales nuevos, unas vacas enormes. Algunos hombres no hablaban castellano y a la peonada los llamaban “gringos” estos hombres eran holandeses e ingleses).

Los gringos trabajaban en el galpón, donde funcionaba el laboratorio. Ellos participaban más de la vida la casa, almorzaban en la cocina y cenaban a las seis de la tarde, tal como se acostumbraba en ese momento.

Aurora también recordaba que los perros jamás estuvieron cerca de la casa, ya que la limpieza y el orden eran fundamentales en todo lo que hacía y nada quedaba librado al azar. Cada cual se manejaba en sus funciones como si los patrones estuvieran en el lugar, cuando en la realidad se encontraban en Buenos Aires.

Los muebles de la vivienda eran de mucha categoría y en la mayoría de los casos habían sido traídos de Buenos Aires. El juego de valijas era inglés, con flores azules con un fondo blanco y de forma irregular. En todas las habitaciones de la casa había lámparas “ Primus”, de origen suizo (y aún hoy se conservan algunas piezas de recuerdo).

El vecino Campos “Campitos” cuenta algunas historias más


Allá por el año 1934 su padre y su tío andaban en un camión marca internacional modelo ´30, quien por entonces debió ser el mejor de los camiones. Traían en él la leche de los tambos de la zona hacía la granja. La Glaxo contaba con el privilegio de ser la “única usina láctea” de la región, y el nivel de producción era excelente, ya que sus laboratorios producían leche en polvo que luego se exportaba.

La granja contaba con instalaciones modernísimas para la época, están ubicadas a la vera de la ruta que unía Quequén con Lobería y su entrada, precisamente, estaba frente de lo que antes se conocía como el sector de la “curva de la muerte”. El predio era bastante extenso y del lado sur estaba la casa con detalles de estilo inglés, de dos plantas y altillo, sobria y elegante.
Según datos que se obtuvieron del libro “ colonias y colonizadores”, de la colección La historia Popular, la iniciativa del Departamento de Tierras del Ferrocarril Argentino, aproximadamente en 1870, fue la de otorgar la concesión de predios de tierras por parte del gobierno de la Nación, a cargo de Bartolomé Mitre, a la empresa inglesa que manejaba la Glaxo. Por lo tanto, las franjas de tierra de ambos lados de las vías del ferrocarril tenían como propietarios a os empresarios ingleses.


En el libro “Historia de de Lobería” en el capitulo Crónicas Quequenenses, en un párrafo se manifiesta que “el domingo 15 de noviembre de 1925 la firma Bullrich y Cia. Remató 124 chacras y quintas”. Además, agrega la publicación que la Granja Glaxo fue considerada como una de las industrias con mayor pujanza del pueblo de Quequén.

Tanto fue el movimiento que había en ese momento que la “Compañía Anglo Argentina” se estableció en la zona de influencia e introdujo la energía eléctrica en la ciudad, teniendo como proyecto a futuro la instalación de una usina eléctrica en el año 1929.

Si bien no existe una fecha precisa para otorgarle a la instalación de la Granja Glaxo, propiedad de empresarios ingleses, si se puede afirmar que durante las décadas del ‘20al ’40 conservaron su esplendor productivo y estuvo relacionada con otras empresas fuertes que tenía el país por aquellos años.

Los supervisores de la Glaxo

El encargado de la Glaxo era Mr. Morrow, supervisor de la granja y responsable de que todo marchara bien. Pero tenía algunas características personales, como por ejemplo, manejar su coche a gran velocidad. Dice la historia que los vecinos veían de lejos la polvareda y se daban por enterados: “allá viene el Mr. Decían los operarios del lugar, y hasta algunos se atrevían a decirle que si seguía con su ritmo de manejo tendría un accidente, pero el inglés poco caso les hacía a su gente y continuaba levantando polvaredas por las calles de Quequén. Un día pasó lo que se esperaba, el supervisor inglés volvía del pueblo y perdió el control de del auto, se fue del camino y volcó. Las consecuencias, un brazo fracturado y varios golpes en el resto del cuerpo, nada de gravedad”

Tiempo después el inglés perdió prestigio y lo reemplazaron en le año 1938 por Celestino Bertoli, que había nacido en Udine, en la alta Italia, donde vivió hasta la llegada de los infortunios de la guerra y la familia debió separarse.
El padre de Celestino embarco para América como tantos otros italianos, y su madre luego alcanzó a comprar pasajes para tercera clase para América, pero sin destino fijo, aunque luego lograron los Bertoli reencontrarse en la Argentina y se establecieron en Tandil. Allí fue creciendo Celestino y sus hermanos, mientras estudiaban y trabajaban.


La llegada a la Glaxo

Un día le ofrecieron al joven y guapo italiano un cargo de contador en un tambo inglés al sur de la provincia y éste aceptó. Entonces, Celestino llegó a Quequén donde lo espera en la estación de tren Mr. Mirrow, hasta allí el encargado de la Glaxo, y convivió en la granja hasta el año 1948 siendo su hogar y lugar de trabajo como responsable del mismo.

Celestino en poco tiempo fue el hombre de confianza de los ingleses, además sabía muy bien el idioma y eso facilitó el trato con otros empresarios y supervisores que venían de visita. Fue así que logró ser el encargado de la planta favorecido además por los problemas que Mr. Mirrow comenzó a tener con los patrones.

El italiano comenzó a viajar con frecuencia a Buenos Aires para llevar las muestras de la leche en polvo a los laboratorios de la empresa, donde se contaba con mas tecnología. La Glaxo tenía en sus planes exportar este producto que se elaboraba en Quequén y tenía que ser de primera calidad, por eso se exigían tantos controles.

Mayor producción desde Quequén

Más adelante se instalaron los laboratorios en Quequén y se comenzó a producir con mayor cantidad la leche en polvo para ser derivada a Buenos Aires, corría el año 1940 y la industrialización iba en constante crecimiento debido a la demanda del producto, a nivel nacional y desde el exterior.

A pesar de ese furor que tenía la leche en el mercado, apareció un gran problema por aquel entonces: los ambos de la zona de influencia no alcanzaron para proveer a la Granja Glaxo de la cantidad de leche que necesitaba para poder satisfacer la demanda de leche en polvo y, al mismo tiempo, abastecer al pueblo.
Según cuenta la historia, Celestino Bertoli, el encargado manifestaba que “era una situación caprichosa, ya que los tamberos nunca se ponían de acuerdo con los empresarios ingleses en cuanto a los números y el problema se agravaba cada vez más”.

La Glaxo, a Chivilcoy

La relación llegó a ser insostenible en un momento y la empresa decidió que la Granja Glaxo se traslade en su producción a Chivilcoy, hecho que sucedió en 1948.

Al italiano Celestino le ofrecieron continuar con su trabajo en Chivilcoy, pero por esos tiempos ya había conocido a Elena Domínguez, el corazón le impidió alejarse de Quequén. Entonces, con sus ahorros compró un campo de la zona y construyó una casa para vivir junto a Elena donde permanecieron hasta la vejez.

Quedo en el olvido el predio de la Glaxo, el tambo, la gran casa y el resto de las instalaciones. Los ingleses nunca más volvieron a Quequén, ni tampoco otras usinas lácteas que se asentaron en la región lograron igualar a la Glaxo.

El remate final

Pasaron algunos años y en 1960 se remataron las pocas cosas que quedaban en el lugar. A ese triste encuentro concurrieron algunos personajes del momento, como el propio Celestino Bertoli, el ex encargado quien adquirió algunos muebles del estilo inglés que luego doña Elena con muy buen gusto acomodó en su casa.

Así fue trascurriendo el final de la hermosísima y productiva Granja Glaxo, marca registrada en la rica historia industrial de Quequén.

Nota de la redacción: agradecemos el aporte de la señora Sandra Gallo, quien nos acercó el contenido de este material.

MATERIAL EXTRAIDO DEL PERIODICO “VOCES DE QUEQUÉN”AÑO 3 Nº 28 OCTUBRE-NOVIEMBRE 2007 Y AÑO 3 Nº 29 NOVIEMBRE –DICIEMBRE DE 2007

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